Antonin Artaud. Pour le finir avec le jugement de dieu  (Para acabar con el juicio de Dios), 1947

Antonin Artaud y la búsqueda de la fecalidad

El cuerpo artaudiano y sus consecuencias

viernes 15 abril 2011
12:23
Arte Sonoro
Cuerpo
Poesía
Sonido

En su obra radiofónica de 1947, Pour en finir avec le jugement de Dieu, (Para terminar con el juicio de Dios), Antonin Artaud explora diferentes formas de relación entre el cuerpo y el lenguaje (o, en un sentido más amplio, la expresión). Desde este punto de vista, la voz ocupa un lugar intersticial, o intermedio, ubicándose entre la fisicalidad de lo corpóreo y la inmaterialidad de lo mental, entre el sonido y el sentido, o incluso entre lo vivo y lo muerto. La voz también puede ser concebida, en tanto que emisión procedente del cuerpo, como una forma de excremento, lo cual de nuevo nos sitúa en la frontera que separa lo vivo de lo inerte. Las continuas referencias a los excrementos, al proceso de defecación y, en última instancia, a la mierda, permiten relacionar la propia concepción de la voz radiofónica de Artaud con el dominio de lo estercóreo y lo abyecto. El mismo horror que empuja lo excremental fuera del sujeto crea un vínculo con ello. Los horrores de la Segunda Guerra Mundial provocaron que la conciencia de la muerte se hiciera muy presente en el trabajo de los artistas que testimoniaron la contienda. La obra radiofónica de Artaud, de 1947, captura ese clima desasosegante. Esta cápsula revisa su continuidad en el arte de posguerra, presente en ¿La guerra ha terminado? Arte en un mundo dividido. Colección, 1945-1968, con obras cuya relación con el mundo se construye a partir de la idea de despojo, de lo que la sociedad rechaza, caso de artistas como Jean Fautrier, o de que aquellos otros trabajos que replantean la relación entre arte y experiencia a través de una nueva noción de lo teatral, ejemplo de los letristas, como Isidore Isou, François Dufrêne y, sobre todo, Maurice Lemaître.

Realización

Miguel Álvarez-Fernández

Locución

Luis Mata

Licencia
Creative Commons by-nc-sa 4.0
Citas de audio
  • Antonin Artaud. Pour en finir avec le jugement de Dieu (1947)
  • François Dufrêne. Tambours du jugement premier (1952)


 

Antonin Artaud y la búsqueda de la fecalidad

El cuerpo artaudiano y sus consecuencias

Antonin Artaud y la búsqueda de la fecalidad

En su obra radiofónica de 1947, Pour en finir avec le jugement de dieu, (Para acabar con el juicio de Dios), Antonin Artaud explora diferentes formas de relación entre el cuerpo y el lenguaje (o, en un sentido más amplio, la expresión). Desde este punto de vista, la voz ocupa un lugar intersticial, o intermedio, ubicándose entre la fisicalidad de lo corpóreo y la inmaterialidad de lo mental, entre el sonido y el sentido, o incluso entre lo vivo y lo muerto. La voz también puede ser concebida, en tanto que emisión procedente del cuerpo, como una forma de excremento, lo cual de nuevo nos sitúa en la frontera que separa lo vivo de lo inerte. A continuación presentaremos el inicio de la tercera sección de Para acabar con el juicio de Dios, una sección titulada La recherche de la fécalité, (La búsqueda de la fecalidad), que en la versión radiofónica de la obra suena a través de la voz de Roger Blin. El excremento, que en principio puede considerarse como un símbolo de lo inerte, se convierte aquí paradójicamente en un índice del ser, pero de un ser completo al que el hombre habría renunciado para “vivir muerto”, en la expresión de Artaud. La defecación amenaza la completitud del ser, en la medida en que representa el rechazo (de parte, al menos) del propio cuerpo.

Donde huele a mierda huele a ser.
El hombre bien habría podido no cagar,
no abrir nunca el bolsillo anal,
pero escogió cagar
como habría podido escoger la vida
en lugar de consentir en vivir muerto.
Puesto que para no hacer caca,
habría tenido que consentir en no ser, pero no pudo decidirse a perder el ser,
es decir, a morir en vida.

Hay en el ser algo particularmente tentador para el hombre y ese algo es precisamente LA CACA. (aquí rugidos).

Las continuas referencias a los excrementos, al proceso de defecación y, en última instancia, a la mierda, dentro de la obra Para acabar con el juicio de Dios, nos permiten relacionar la propia concepción de la voz radiofónica de Artaud con el dominio de lo estercóreo. Incluso podríamos decir que la voz que nos propone Artaud en Para acabar con el juicio de Dios es una especie de “voz excremental”: (…) una voz que es pura descarga, una emisión de simple materia inerte, carente de tono, vacía, ausente, sepulcral, inhumana. Parece demostrar que no está conectada con el mundo, o con quien la origina; se trata de materia heterogénea. En oposición a la voz seductora o a la voz rabiosa, la meta de la voz excremental consiste en evitar toda relación con ella misma, en no tocarse en ningún momento. Es, por tanto, lo contrario de la voz seductora. Quiere separarse, no sólo del hablante, sino también de sí misma. Pero, como sabemos, el excremento está altamente valorado; puede ser una sustancia sagrada, precisamente porque es profana. El mismo horror que empuja lo excremental fuera de nosotros crea un vínculo con ello.

Los horrores de la Segunda Guerra Mundial provocaron que la conciencia de la muerte se hiciera muy presente en el trabajo de los artistas que testimoniaron la contienda. La obra radiofónica de Artaud, de 1947, captura ese clima desasosegante y oscuro, como también sucede en los demás trabajos que rodean a “Para acabar con el juicio de Dios” en la colección del museo. De manera similar, algunas de las concepciones artaudianas acerca de lo excremental también han pervivido en la creación artística posterior a la Segunda Guerra Mundial, como se manifiesta en el hecho de que ciertas obras de la colección del Museo Reina Sofía estén basadas en la idea del despojo, de lo desechado, de aquello que la sociedad rechaza, pero que —a través de un acto estético— puede recibir una nueva forma de valor, un nuevo sentido.

Este es el caso, por ejemplo, de algunos trabajos presentados en la cuarta planta del museo, como los del pintor y escultor Jean Fautrier, nacido en París solamente dos años más tarde que Artaud, es decir, en 1898, y representante del tachismo, un movimiento que se caracteriza por el uso de la pincelada espontánea, del garabato, y de goteos y manchas de pintura directamente procedentes del tubo.

La influencia de la obra de Artaud también se tornó decisiva, claro, en el ámbito del teatro, y ello también ha provocado hondas consecuencias en ciertos conceptos próximos a las artes visuales. Así, por ejemplo, los esfuerzos dirigidos por Artaud hacia la cancelación de la ilusión escénica, es decir, en contra de lo representado y en favor de lo vivido, de lo real, han repercutido en las concepciones estéticas de artistas tan distintos como Vito Acconci (en trabajos como Three Relationship Studies, de 1970), Carl André (por ejemplo, en su obra Magnesium Copper Plain, de 1969), o el español Javier Aguirre (en obras para vídeo, como Objetivo 40º, de 1967). Todas estas obras forman parte de la colección del Museo Reina Sofía, y en ellas se revela una vocación de acceder a lo real, a la experiencia vital, sobrepasando —o transgrediendo— las fronteras propias del dominio de lo teatral, lo simulado, lo representado. El lenguaje, de manera similar, deja de ser —en la obra de Artaud y los proyectos estéticos influidos por ésta— una herramienta para describir el mundo. Como hemos escuchado, la reducción del lenguaje a sus componentes sonoros más básicos, también desde un punto de vista fisiológico (recordemos los gritos de Para acabar con el juicio de Dios), influirán de manera determinante en movimientos como el letrismo, y en su voluntad de crear un nuevo lenguaje, ajeno a las pautas normales de significación. Autores como Isidore Isou, François Dufrêne y, sobre todo, Maurice Lemaître (en obras como Tambours du jugement premier, de 1952) manifiestan una concepción corporal de la voz próxima a las propuestas artaudianas, tal y como se refleja en las salas del museo tituladas ¿La guerra ha terminado? Arte para un mundo dividido. Colección, 1945-1968.

El cuerpo, después de Artaud, ya no podrá abandonar esa imposible frontera entre lo que rebosa sentido y lo que carece absolutamente de significación, entre lo que nuestra mente intenta controlar y lo que escapa a toda posible razón. Entre, al fin, la vida y la muerte.