Cabeza de caballo. Boceto para «Guernica». Pablo Picasso

Arte, derecho animal y socialismo

Una entrevista con Stephen Eisenman

lunes 27 enero 2020
15:07
Común
Crítica
Esfera Pública
Historia
Historia del Arte
Política
Teoría
Visualidad

Stephen Eisenman (Nueva York, EE. UU., 1956) es historiador del arte, comisario y activista en pro de causas animalistas y medioambientales, así como de la reforma del sistema penitenciario estadounidense. Y esta cápsula es el resultado de una entrevista realizada a su paso por el Museo, en calidad de invitado de la Cátedra Juan Antonio Ramírez, para impartir la conferencia magistral del curso 2019-2020.

Eisenman es especialista en cómo se relacionan lo político y lo estético. Un planteamiento que invita a confrontarse con las imágenes desde una posición analítica. Prueba de ello son Historia crítica del arte del siglo XIX (1994), de la que es editor, y sus ensayos, entre los que destacan El efecto Abu Ghraib (2007) y The Cry of Nature (2013). En particular, estos dos títulos son el punto de partida de esta capsula centrada en su trayectoria más reciente. Una empresa intelectual en la que el estudio de la violencia en el arte daría paso a la consideración por ampliar la noción de derechos a todo ser sensible, más allá de los humanos. De ahí que se atienda también a la influencia de la artista visual Sue Coe, responsable de que Eisenman abrazase el veganismo. Ambos se convertirían en aliados en trabajos como Ghosts of our meat (2014) y Zooicid: Seeing cruelty, demanding abolition (2018), en los que la dimensión ética está en un primer plano. Proyectos que pueden leerse como un recordatorio sobre la responsabilidad de quienes operan dentro de una disciplina, las humanidades, que, como ha señalado en alguna ocasión el entrevistado, quizá debiera cambiar su denominación. Y es que repensar la contemporaneidad requiere de manera acuciante superar enfoques dominados por lo antropocéntrico.

Realización

Rubén Coll

Locución

Madeline Robinson

Agradecimientos

José Luis Espejo

Licencia
Creative Commons by-nc-sa 4.0
Citas de audio
  • Jean-Luc Hérelle. Le concert du petit matin. Sittelle (1993)
  • Bernard Fort. Nocturne dans le Delta du Danube, Roumanie. Sittelle (1997)


 

Arte, derecho animal y socialismo

Una entrevista con Stephen Eisenman

Stephen Eisenman: Soy Stephen Eisenman. Soy catedrático de Historia del Arte en la Northwestern University de Chicago. Soy también un activista y un defensor del medio ambiente. Soy fundador de una organización ecologista sin ánimo de lucro llamada Anthropocene Alliance, a través de la cual ayudamos a personas afectadas por las inundaciones y el cambio climático en Estados Unidos, así que combino el trabajo académico con el activismo.

En la actualidad, la historia del arte y la crítica artística, así como las instituciones vinculadas al arte y los museos, atraviesan un momento difícil, ya que vivimos en un periodo histórico muy tenso. Nos enfrentamos a grandes retos, económicos, políticos y, sobre todo, medioambientales, y la cuestión de si la propia civilización, la civilización humana, sobrevivirá más de una o dos generaciones plantea hoy un debate abierto. En estas circunstancias, que los críticos de arte, los historiadores y el público se limiten a contemplar las obras de arte como una forma de entretenimiento o una vía de escape del presente resulta… bueno, es cierto que esa es una de las funciones primordiales del arte, muy valiosa, y que la idea de la obra de arte como objeto que reporta un placer puramente estético o intelectual está muy bien. Pero los problemas que se ciernen sobre nosotros son tan apremiantes y decisivos que los artistas, los críticos y los historiadores tienen que posicionarse con responsabilidad ante ellos. Las funciones de los museos y de los propios artistas tienen que cambiar o, de lo contrario, puede que dentro de no mucho tiempo ya ni siquiera estemos aquí para contarlo.

La obra de arte pura

Me encantaría que, al contemplar una obra de arte, no tuviéramos que pensar en nada relacionado con política. Las obras de arte deberían ser algo puro. Yo mismo poseo obras de arte y las amo y disfruto contemplándolas, pero, de algún modo, no puedo prescindir de todo aquello que las rodea y las enmarca. De hecho, tengo que hablar de todas esas cosas y tenerlas en cuenta para ser capaz siquiera de ver la obra en cuestión. Así que cuando la gente me pregunta: “¿y qué hay de la obra de arte pura? ¿No estás mancillando en cierto modo la obra cuando sacas a colación todo ese rollo sobre política, el medio ambiente y los derechos de los animales?”, puedo entenderla, y ojalá no tuviera que hacer esto y, un día, cuando el mundo haya cambiado, cuando hayamos superado el carnismo y limpiado el entorno de combustibles fósiles y estemos aferrándonos a la existencia con las uñas, podamos enfrentarnos a las obras de arte de forma completamente libre y pura. Ojalá se realicen así mis objetivos y deseos y los de todos los demás. Pero, hasta que llegue ese momento, creo que tenemos que hablar de todas estas cosas para, sencillamente, ser capaces siquiera de ver la obra de arte que tenemos delante.

El efecto Abu Ghraib. Doce años después

Escribí el libro El efecto Abu Ghraib en un momento en que George W. Bush era presidente de Estados Unidos y se habían producido violaciones manifiestas de los derechos humanos en prisiones estadounidenses, en centros de detención clandestinos y en Guantánamo. Por suerte, la aparición de esas fotografías en Irak produjo algunos cambios en el clima político. Por un momento, pensé que esa clase de actividades cesarían, pero me equivoqué. Las violaciones de derechos humanos siguieron produciéndose, incluso durante el gobierno de Obama, que empleó en muchos casos drones para atacar a civiles desarmados… Y continúan hoy con la elección del presidente Trump en Estados Unidos y con el resurgimiento de la ultraderecha fascista y de presidentes proto-fascistas, sobre todo en países de Europa del Este, como Hungría, Polonia, y en otros lugares, coincidiendo con el ascenso de una neo-derecha en Inglaterra, con Nigel Farage y con el primer ministro Boris Johnson… de modo que la situación no está haciendo más que empeorar. Por tanto, insisto, existe una responsabilidad por parte de los artistas, de los críticos y del público a la hora de reflexionar sobre qué clase de imágenes se emplean… Si uno piensa, por ejemplo, en la campaña a favor del Brexit, en su centro encontramos un autobús enorme con carteles en los que se mostraba a emigrantes huyendo del sur de Europa, de África y de Oriente Medio. Era la imagen de una horda, de una masa, de personas convertidas en… tratadas como si fueran una plaga; la clase de imaginería empleada en la Alemania nazi y en la Italia y la España fascistas. Así pues, nos encontramos en un momento muy peligroso y por eso, repito, la responsabilidad de los artistas y los críticos es aún mayor. Lamento que los vaticinios negativos que hice en El efecto Abu Ghraib se hayan probado ciertos.

De los derechos humanos a los derechos de los seres sensibles    

Para mí, los derechos humanos y los derechos de los animales, o los derechos humanos y la liberación animal, son una y la misma cosa. El Islam afirma que la forma en que una civilización trata a los animales da la medida de su humanidad. Podría decirse también que una manera de abordar los derechos humanos y de protegerlos es proteger también los derechos de los animales. La emergencia de la concepción de los derechos humanos en el siglo XVIII coincidió con la de la noción de que los animales también poseen sentimientos, de modo que, la pérdida de protección para los humanos suele ir de la mano de la destrucción de los derechos animales, así que creo que ambas cosas deben verse como parte de una misma empresa. Puede que los animales no tengan la capacidad de actuar políticamente como lo hacen los humanos. No deberían tener, por ejemplo, derecho a votar —no creo que les interese—, pero en todas las cosas importantes, es decir, en lo que respecta a sus sentimientos, a sus emociones, a su amor por los suyos, por su familia y por sus crías, o a la capacidad para sentir dolor, en todos esos aspectos esenciales, son como los humanos. Así que la idea de que podemos seguir tratándolos como si fueran meros enseres u esclavos, objetos que pueden comprarse y venderse, es realmente inadmisible, y creo que los sentimientos morales de los seres humanos deben ser cuestionados a ese respecto. Afortunadamente, eso está empezando a pasar, en parte debido a cambios en la estructura social humana, ya que en la actualidad tenemos un vínculo más estrecho con los animales de compañía del que solíamos tener. Hoy tenemos menos hijos, y, en su ausencia, los animales cumplen cada vez más la función de los hijos humanos. Las familias también están mucho más dispersas y, con frecuencia, para algunas personas, los animales proporcionan las únicas relaciones sólidas y estables durante periodos de tiempo prolongados. Eso está motivando que la gente empiece a tratar a los animales como miembros de la familia. 

Una obligación moral pero también ecológica

La liberación animal requerirá transformaciones de gran envergadura en la vida social. Ahora mismo, el consumo y la agricultura animales producen entre el 15 y el 20 % de las emisiones de carbono globales, algo sencillamente insostenible. Podemos intentar convencer a cada persona individual de que se haga vegana. Yo lo soy y todos ustedes deberían serlo también, pero no basta con eso. Hay que frenar a las grandes corporaciones que se benefician de la agricultura animal y para eso los gobiernos tienen que tomar cartas en el asunto, lo que necesariamente implica la absorción o, si lo prefieren, el desmantelamiento de grandes industrias por parte de los gobiernos. El nombre que tienen esa clase de reformas es socialismo. Conlleva la intervención de los gobiernos en la economía. Conlleva que las necesidades de la mayoría deben ser atendidas por encima de los intereses y deseos de unos pocos. Y las necesidades de la mayoría reclaman poner fin a un sistema agrario que emplea gigantescas cantidades de agua y recursos para producir pienso para alimentar animales que, a su vez, nos sirven de alimento a nosotros. Creo que, en general, las reformas morales siguen a las reformas económicas. Las evaluaciones morales suelen llegar solo después de que el aspecto económico se haya hecho evidente, y me parece que eso es lo que está sucediendo en este momento. La economía de la agricultura animal empieza a percibirse como algo insostenible y, como consecuencia, estamos asistiendo a la emergencia de numerosos movimientos de defensa de los derechos de los animales. En España hay un movimiento de liberación animal y de defensa de los derechos de los animales muy potente y en años recientes se han convocado grandes protestas en Madrid y en otras ciudades. El movimiento para poner fin a la crueldad de los toros y otros espectáculos sangrientos también ha cobrado gran fuerza y quiero creer que en 10 o 15 años esas prácticas habrán desaparecido. Con suerte, podremos decir lo mismo de la agricultura animal.

Arte, pensamiento crítico y emancipación animal

Para mí, los derechos de los animales y los derechos humanos no son solo fruto de la empatía, sino también del pensamiento crítico. Cuando empecé a reflexionar seriamente sobre cómo habían sido tratados los animales en el pasado, históricamente, sencillamente no pude continuar viviendo como lo había hecho hasta entonces. Fue en esa época, a principios de los años dos mil, cuando conocí a Sue Coe, una gran artista y una artista política que representa a los animales. Su obra me conmovió profundamente y, cuando empecé a conocerla, me hizo cuestionarme muchas cosas, hasta el punto en que tuve que cambiar mi vida —entre otras cosas, me hice vegano— e integrar aspectos relacionados con los animales en mi práctica como historiador y crítico de arte. Cuando empecé a investigar, descubrí, de manera poco sorprendente, que las preguntas que yo había comenzado a hacerme sobre la relación entre los seres humanos y los animales, y sobre los derechos humanos y los de los animales, ya se las habían planteado personas inteligentes mucho antes que yo y que había artistas que las habían abordado desde los tiempos de los antiguos asirios, como prueban las imágenes de cacerías de leones en Ashurbanipal, en Babilonia, expuestas en el Museo Británico de Londres. Estas imágenes muestran la crueldad del cazador y de los reyes para con los leones, y la empatía con el sufrimiento animal que esos relieves muestran es asombrosa.  Por supuesto, uno se da cuenta de que siempre han existido personas de un cierto tipo, personas que, de alguna manera, cuando contemplan la vida de otro ser, de un ser con sentimientos, de un animal, son capaces de reconocer que también posee una mente. Así que empecé a pensar sobre la historia de las relaciones entre seres humanos y animales y descubrí que era una parte central de una tradición a la que no se había prestado apenas atención dentro de la historia del arte, al igual que sucedió durante muchos años con la representación de las mujeres o de las personas que no fueran de raza blanca, debido a la ceguera de nuestro sexismo y nuestro racismo. Así que decidí volcarme en ello y eso es lo que he estado haciendo durante los últimos 15 o 20 años.

Sue Coe

Sue Coe es una gran artista contemporánea. En su obra aborda cuestiones políticas y relacionadas con los derechos de los animales. Se hizo famosa en los años setenta por una obra que representaba una violación grupal, tristemente célebre, que tuvo lugar en Rhode Island, en Estados Unidos. Su trabajo ha sido expuesto en el MoMA de Nueva York y en muchos otros museos. Coe es contemporánea de Leon Golub, y era neoexpresionista en esa época, si bien luego enfocó su trabajo en la causa animal y, particularmente, en la agricultura animal. Como dije, la conocí hace unos 20 años y luego volvimos a encontrarnos hará unos 10 o 12 años, cuando vino a mi universidad y nos hicimos íntimos amigos. En cierta ocasión, cuando estaba preparando una exposición, me preguntó si quería participar. Yo le respondí que estaría encantado de hacerlo y fue así como empezamos una larga colaboración, que se ha prolongado ininterrumpidamente desde hace 10 años. Así pues, es un gran honor trabajar con ella y colaborar con ella en esta empresa común por alcanzar la liberación humana y animal.

Zooicide

Sue Coe y yo colaboramos en un libro llamado Zooicide, cuyo título deriva, como es obvio, de la palabra “zoo”, y hace referencia a “matar los zoos” y ponerles fin, pero también al “suicidio”. En los zoos hay muchos animales que cometen suicidio. No se pegan un tiro en la cabeza, pero dejan de comer, dejan de reproducirse y empiezan a adoptar conductas peculiares y autodestructivas, porque es evidente que las condiciones de su cautiverio son completamente antitéticas con su vida natural. Creo que los zoos deberían ser eliminados, son lugares de crueldad, son como las prisiones humanas. Su valor educativo es casi nulo. Cuando vas a un zoo, la mayoría de los visitantes son niños pequeños y el valor educativo se limita a los mensajes ramplones que figuran en los muros o junto a las jaulas y barrotes de uno u otro tipo. Por eso quisimos exponerlo e invitar a la reflexión sobre cómo podría ser el futuro. Y ese futuro sería el siguiente: nada de zoos, excepto, tal vez, para animales que han quedado huérfanos. Podrían diseñarse en parques en los que los animales comunes —palomas, mapaches, comadrejas, ciervos o ardillas— susceptibles de ser dañados puedan llevar una vida tranquila si no son capaces de sobrevivir fuera. Pero la idea de la que gente vaya a un sitio para mirar embobada a los animales encerrados se me hace tan absurda como la de meter a seres humanos en jaulas. Como sucedía en el siglo XVIII con la gente que estaba confinada en hospitales mentales… las personas mentalmente sanas podían acudir a esos sitios a ver a los locos y era como un entretenimiento. Durante un tiempo, las prisiones eran así también, y los mataderos. Más tarde, a finales del xix, en Chicago uno podía ir al matadero de Union Stock Yards y pagar por una visita guiada para ver cómo sacrificaban a todos los animales, como un gran espectáculo. El matadero de Union Stock Yards cerró hace mucho tiempo y la idea de que alguien vaya a un matadero a ver cómo matan a los animales nos resulta hoy inimaginable, pues sentimos que sería algo horroroso. Pienso que la gente debería sentir lo mismo hacia los zoos y, con suerte, eso terminará por llegar, junto con un gran movimiento de liberación, orientado hacia el veganismo y la dieta basada en plantas.