SOMATECA
Producción biopolítica, feminismos, prácticas
Beatriz Preciado, Teórica queer, profesora de Historia política del cuerpo, teoría del género e historia de la performance en la Universidad de Paris VIII y autora de destacados ensayos como Manifiesto contra-sexual: El feminismo es una práctica crítica de intervención social de transformación política y quizá una de las practicas desde mi punto de vista más relevantes de la modernidad. Pero es una tradición plural es una tradición compleja, no es un lenguaje único.
Me interesa pensar el feminismo y la práctica feminista dentro de un ámbito más amplio de resistencia somatopolítica.
Podríamos decir que todo el proyecto de la modernidad ha sido un proyecto de inscripciones de diferencias políticas en el cuerpo de naturalización, de somatización de diferencias políticas. Creo que las teorías tanto feministas como las teorías que hoy llamamos queer, transgénero, transexuales, intersexuales, postpornográficas, son tareas de desnaturalización, tareas de crítica de los procesos de inscripción de las diferencias políticas en el cuerpo.
El cuerpo es hoy, aparece hoy como el último de los reductos en el que se detienen los análisis constructivistas y críticos del feminismo tradicional. Una de las cosas que me interesaba hacer era abrir una distancia entre la noción clásica del cuerpo, esa noción que ha dominado desde el cristianismo hasta los discursos anatómicos de la modernidad y otra noción que llamo aparato somático, que desde mi punto de vista no coincide exactamente con el cuerpo.
Algo de lo curioso y probablemente fascinante en términos políticos de eso que llamamos cuerpo y que yo llamaría somateca es que es un archivo cultural e histórico vivo. Y por lo tanto tiene una capacidad de agenciamiento y de intervención política relativamente distinto a otras máquinas energéticas. Por ejemplo, el museo o la biblioteca son máquinas energéticas biopolíticas pero no tienen esta cualidad de lo vivo.
Una de las cosas que me parece también interesante es cómo situarse dentro del museo, dentro de este espacio que tradicionalmente ha sido una máquina colectiva de producción de subjetividad disciplinada, normalizada. Cómo resituarse en este espacio, en esta máquina y pensar precisamente ¿Cómo es posible intervenir en esa maquinaria para producir distancias de subjetivación, momentos de desnaturalización o de distancia crítica?
Las figuras de subalternidad sexual, ya sean la marica, la bollera, la marimacho… esas figuras que son subalternas frente a la normalidad sexual., han sido históricamente representadas a través de dos registros visuales y discursivos. Uno es el anatómico en el que han sido sobreexpuestas de manera anatómica con lenguajes sobretodo psicopatológicos. El segundo espacio y técnica de representación en la que cobra casi realidad ese tipo de ficciones es el del espectáculo que ahora precisamente no es solo el espectáculo en términos teatrales clásicos sino el espectáculo distribuido a través del circuito multimedia.
En parte esos dos registros, el anatómico y el espectacular, son técnicas de normalización. Lo que resulta interesante es cómo hoy los movimientos críticos queer, transexuales, transgénero se van a reapropiar de las técnicas anatómicas tanto como de las técnicas de producción de visibilidad espectaculares para producir lo que yo llamo contraficciones, para producción representaciones disidentes que efectivamente pongan en cuestión la producción de la norma, la producción de la normalidad. Es decir, no se trata de dar visibilidad únicamente al cuerpo supuestamente periférico, homosexual, o indígena…, se trata de desactivar, poner en cuestión la diferencia entre blanco e indígena, entre heterosexual y homosexual. De alguna manera, desactivar el dispositivo mismo de producción de la sexualidad.
El ámbito de producción artística es uno de los lugares fundamentales en el que se producen y proliferan discursos críticos y representaciones disidentes en los que se producen eso que yo llamo contraficciones, de la sexualidad o de la identidad sexual.
Si pensamos en los movimientos feministas a partir de los años 70, van a ser las primeras que se van a reapropiar del vídeo como técnica ligera de contra-información o de producción de contraficciones. Es decir, el vídeo, una técnica poco interesante para la mayoría de los artistas [en ese momento] precisamente va a constituir el modo de producción de representación central de todo el movimiento feminista. Si pensamos en el trabajo de Carole Roussopoulos en los años 70 o si pensamos en proyectos como la Womanhouse de Judy Chicago y Miriam Schapiro.
La representación feminista se ha ido haciendo cada vez más compleja, entre otras cosas, porque la propia noción de mujer, que parecía ser central para la representación feminista en los años 70 se ha ido poniendo en cuestión. Entonces vamos a asistir a todo un proceso de defragmentación de la mirada feminista, es decir, hoy hay una pluralidad de prácticas que no pueden reducirse únicamente a arte de mujeres o a prácticas que critican la opresión de las mujeres. Sino que se tratan de un conjunto de prácticas que quizá de manera transversal critican los dispositivos de producción racial, sexual, de género, de diferencia corporal… Por lo tanto, esa proliferación casi constante de nuevas prácticas críticas no puede reducirse a eso que en algunos momentos y de manera institucional se llama arte de mujeres y desde mi punto de vista no tiene ninguna potencia crítica.